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Decadencias

El marqués y la esvástica

Lo peor del libro que con ese título acaba de publicar Anagrama, es una suerte de inicial labor de venganza retrospectiva por parte de los autores, la germanista Rosa Sala Rose (cuya labor en su campo he leído y apreciado) y un para mí desconocido periodista de “La Vanguardia”, Plàcid García-Planas, corresponsal de guerra. Ambos deciden llevar a cabo una investigación sobre la vida y las actividades de César González-Ruano en el París ocupado por los nazis… Pero el lector nota desde el inicio (en la fiesta del premio de periodismo con el nombre de Ruano, de cuya desaparición se congratulan al fin) que Ruano está condenado de antemano. Nos quieren demostrar -y lo hacen con bastante amplitud, no total-  que Ruano no fue jamás un modelo cívico, y más bien fue un vividor, un golfo, y un escritor aseñoritado  que aspiró al marquesado de Cagigal, que Alfonso XIII le prometió en Roma, en 1939, si volvía al trono de España, pero el rey no volvió y Ruano sólo fue (aunque con todos los aires) un marqués ful, que a menudo son los mejores…

Los que nos hemos interesado de antiguo por la obra y vida de Ruano sabíamos (de oídas) casi todo lo que este libro narra, desde hace –cuando menos- veinte años. A mí me lo contó Jesús Pardo que había tratado mucho a Ruano, y en cuya casa londinenseeste solía quedarse provisto de revistas porno. Todos los interesados sabíamos que Ruano había sido un gran figurón y un posible sinvergüenza que no sólo trapicheó con arte en el París ocupado (la única época de su vida en que no escribió para vivir) ayudado por el joven pintor Viola, “Manuel de Montparnasse”. Amañó arte y engañó a los pobres judíos que buscaban un salvoconducto español; lo que les ocurriera –nada bueno- al llegar a las cercanías de Andorra, eso al señorito Ruano no le interesaba, vivía para sí mismo, para gastar en lujo y en vicios y quedar (decía el cuplé) “como un señor”.  Los autores de “El marqués y la esvástica” –sobran páginas- han seguido el en su día original pero ya viejo modo de “The Quest for Corvo” de A. J. A. Symons de 1934, donde no sólo se dice lo que se consigue saber (del Barón Corvo, en el original) sino cómo se consigue y en el caso que nos ocupa hasta los cafés que se toman los autores, a veces, en ilustres escenarios. Un trabajo bien hecho, demasiado prolijo, y destinado a defender la “corrección política” en la vida privada de los artistas, algo poco deseable. Ruano es un muy grato escritor menor que (tras leer a sus detractores) sale beneficiado. No como persona: ya sabemos que era un sinvergüenza como él mismo declaró ante la autoridad nazi, pero siguiendo la regla de nuestros  autores tan anti-ruanistas, no debiéramos leer ni a Céline, ni a Pound, ni quizás a Cocteau que paseó por París a Arno Brecker, el escultor mimado por Hitler. Por no hablar del desinterés bélico y la adhesión franquista de Josep Maria de Sagarra, citando a un catalán. No es esto. Ruano fue un sinvergüenza y acaso un depravado pero sus libros tienen encanto. Y él figura, aunque malditísima…


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